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6 poemas para niños por escritores famosos
Por: equipo Toysmart
6 poemas para niños por escritores famosos
La poesía y las canciones de cuna son ideales para leer a los niños desde que son bebés. No solo los arrullan y calman a la hora de dormir, sino que también van tomando amor por la literatura infantil. 6 poesías para niños de escritores famosos1. La plaza tiene una torre por Antonio Machado La plaza tiene una torre,la torre tiene un balcón, el balcón tiene una dama, la dama una blanca flor. Ha pasado un caballero -¡quién sabe por qué pasó!- y se ha llevado la plaza, con su torre y su balcón, con su balcón y su dama su dama y su blanca flor. 2. La vaca estudiosa por María Elena Walsh Había una vez una vaca en la Quebrada de Humahuaca. Como era muy vieja, muy vieja, estaba sorda de una oreja. Y a pesar de que ya era abuela un día quiso ir a la escuela. Se puso unos zapatos rojos, guantes de tul y un par de anteojos. La vio la maestra asustada y le dijo: -Estás equivocada. Y la vaca le respondió: ¿Por qué no puedo estudiar yo? La vaca, vestida de blanco, se acomodó en el primer banco. Los chicos tirábamos tiza y nos moríamos de risa. La gente se fue muy curiosa a ver a la vaca estudiosa. La gente llegaba en camiones, en bicicletas y en aviones. Y como el bochinche aumentaba en la escuela nadie estudiaba. La vaca, de pie en un rincón, rumiaba sola la lección. Un día toditos los chicos se convirtieron en borricos. Y en ese lugar de Humahuacala única sabia fue la vaca”. 3. Las hadas por Rubén Darío Las hadas, las bellas hadas, existen, mi dulce niña, Juana de Arco las vio aladas, en la campiña. Las vio al dejar el mirab, ha largo tiempo, Mahoma. Más chica que una paloma, Shakespeare vio a la Reina Mab. Las hadas decían cosas en la cuna de las princesas antiguas: que si iban a ser dichosas o bellas como la luna; o frases raras y ambiguas. Con sus diademas y alas, pequeñas como azucenas, había hadas que eran buenas y había hadas que eran malas. Y había una jorobada, la de profecía odiosa: la llamada Carabosa. Si ésta llegaba a la cuna de las suaves princesitas, no se libraba ninguna de sus palabras malditas. Y esa hada era muy fea, como son feos toda mala idea y todo mal corazón. Cuando naciste, preciosa, no tuviste hadas paganas, ni la horrible Carabosa ni sus graciosas hermanas. Ni Mab, que en los sueños anda, ni las que celebran fiesta en la mágica floresta de Brocelianda. Y, ¿sabes tú, niña mía, por qué ningún hada había? Porque allí estaba cerca de ti quien tu nacer bendecía: Reina más que todas ellas: la Reina de las Estrellas, la dulce Virgen María. Que ella tu senda bendiga, como tu Madre y tu amiga; con sus divinos consuelos no temas infernal guerra; que perfume tus anhelos su nombre que el mal destierra, pues ella aroma los cielos y la tierra. 4. La tarara por Federico García Lorca “La Tarara, sí; la Tarara, no. La Tarara, niña, que la he visto yo. Lleva la Tarara un vestido verde lleno de volantes y de cascabeles. La Tarara, sí; la Tarara, no. La Tarara, niña, que la he visto yo. Luce mi Tarara su cola de seda sobre las retamas y la hierbabuena. Ay, Tarara loca. Mueve la cintura para los muchachos de las aceitunas”. 5. Nana de la tortuga por Rafael Alberti “Verde, lenta, la tortuga. ¡Ya se comió el perejil, la hojita de la lechuga! ¡Al agua, que el baño está rebosando! ¡Al agua, pato! Y sí que nos gusta a mí y al niño ver la tortuga, tontita, sola y nadando”. 6. La pobre viejecita por Rafael Pombo Érase una viejecita sin nadita que comer sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez. Bebía caldo, chocolate, leche, vino, té y café, y la pobre no encontraba qué comer ni qué beber. Y esta vieja no tenía ni un ranchito en qué vivir fuera de una casa grande con su huerta y su jardín. Nadie, nadie la cuidaba sino Andrés y Juan y Gil y ocho criadas y dos pajes de librea y corbatín. Nunca tuvo en qué sentarse sino sillas y sofás con banquitos y cojines y resorte al espaldar. Ni otra cama que una grande más dorada que un altar, con colchón de blanda pluma, mucha seda y mucho holán. Y esta pobre viejecita cada año hasta su fin, tuvo un año más de vieja y uno menos que vivir. Y al mirarse en el espejo la espantaba siempre allí otra vieja de antiparras, papalina y peluquín. Y esta pobre viejecita no tenía qué vestir sino trajes de mil cortes y de telas mil y mil. Y a no ser por sus zapatos chanclas, botas y escarpín, descalcita por el suelo anduviera la infeliz. Apetito nunca tuvo acabando de comer, ni gozó salud completa cuando no se hallaba bien. Se murió de mal de arrugas, ya encorvada como un tres, y jamás volvió a quejarse ni de hambre ni de sed. Y esta pobre viejecita al morir no dejó más que onzas, joyas, tierras, casas, ocho gatos y un turpial. Duerma en paz, y Dios permita que logremos disfrutar las pobrezas de esta pobre y morir del mismo mal. |